DON FIDEL
Hace poco tiempo, en uno de mis viajes a la ciudad de México,
andaba caminando por la Av. Insurgentes haciendo tiempo porque me encontré de
pronto sin nada qué hacer, por una cita de trabajo cancelada. Estaba cerca del
famoso parque hundido, aquél que se construyó en los años treinta del siglo
pasado y que, por cierto, sí está hundido debido a que el predio de 100,000
metros fue durante muchos años, una enorme ladrillera de donde se sustrajeron
miles de toneladas de arcilla.
Así las cosas, bajé las gradas que conducen al reloj y me acomodé en una de las bancas para fumarme un cigarrillo, ya que era el sitio ideal para no molestar a nadie. De pronto se me acercó un señor de entre 50 y 70 años, ni muy viejo, pero tampoco joven; su rostro estaba curtido por el sol y era de rasgos angulosos, que demostraba una vida ruda de trabajo. Me solicitó que le prestara "lumbre" para encender un cigarrillo chueco que sostenía entre los labios; lo invité a sentarse y así disfrutar del cigarrillo con una compañía. Vestía un overol, de esos con pechera que ya no se ven mas que en las películas e iba pulcramente rasurado.
El tabaco fue el pretexto para iniciar la conversación y resulta que coincidimos en que los cigarrillos ya no saben como antes; que el tabaco que contenían tenía un ligero tufo a aserrín. Me dio la razón y me aconsejó comprarlo en Sanborns, que ahí sí eran "originales"... Yo me quedé asombrado y me platicó que él, en un tiempo, había sido distribuidor de tabaco para los minoristas hasta que un día el "patrón" cambió y con ello, el origen de los cigarrillos.
Con el tiempo dijo saber que un "cártel" se hizo del mercado amenazando, golpeando, levantando y a veces "baleando" a los que se negaban a vender sus productos. Al principio eran pequeños comercios como tiendas de abarrotes y tianguis, hasta que llegaron más arriba y, con amenazas y extorsiones, lograron llegar "más arriba" todavía y ahora los encuentras en todo tipo de negocios, desde changarros hasta tiendas de conveniencia y supermercados.
Le dio una fuerte bocanada a su cigarro, que consumió un tercio de cigarrillo y cada vez el mío me sabía "más peor". Me comentó que llegó a conocer al mero mero al que le apodaban "Escorpión". "Con el tiempo supe su verdadero nombre: Abouzaid El Bayeh, el cual rendía cuentas a un tal Cedano Filippini a quien le decía "el Comandante".
Don Fidel -que así se llamaba mi compañero de humo en el parque hundido-, cerró los ojos y me confesó que ahí en frente, había un restaurante argentino donde conoció al "Rubinskys" -que era el dueño del establecimiento-, y que añoraba el sabor de la carne que servían en el lugar.
Esto vino a colación porque era el lugar donde se reunían el Escorpión y el Comandante. Que a partir de esa asociación, la mayoría de los cigarros que se vendían en el Valle de México, eran de mala calidad porque los fabricaban una empresa de ellos que se llamaba TIH y obligaban a todos los negocios a vender sus cigarrillos, eliminando el resto al que consideraban "ilegales". Que como se expandieron a los Estados de Veracruz, Jalisco, Michoacán, Sonora, Sinaloa, Coahuila y Nayarit, tuvieron que echar mano de los chinos donde llegaban enormes cargamentos vía Uruguay y Belice. Me dijo que los cigarrillos que yo estaba fumando costaban en realidad 30 centavos de dólar pero que me los vendían a 3 dólares, "... pero es tabaco con aserrín o tabaco chino". Me insistió que comprara los cigarros en los Sanborns.
Volvimos a encender otro cigarrillo pero esta vez fumamos uno de don Fidel. Era un Camel y aunque no era mi marca, me supo a gloria comparado con el Marlboro que me había fumado.
De pronto pensé entre mí: "¿Cuánta porquería me he fumado desde que me di cuenta de que el sabor cambió?". Seguimos platicando, ahora del boxeo y levantando la vista hacia la Av. De los Insurgentes, recordó en voz alta que de ahí había partido la caravana del triunfo que llevó al "Ratón Macías" hasta la Alameda, al coronarse "campeón del mundo" en 1957 o 1958. Saqué mis cuentas y pensé: "Este Don Fidel tiene más años de los que aparenta".
En eso estábamos, cuando unos señores y algunos jóvenes pasaron y lo saludaron con respeto, con un "¡Hola Don Fidel!". Me comentó que eran algunos compañeros suyos que andaban haciendo su ronda por los establecimientos del lugar para verificar que en ningún lugar vendieran "cigarros ilegales"... Se levantó y se despidió agradeciéndome "la lumbre" y yo juré ¡no volver a fumar!