FALACIAS LLAMADAS “REFORMAS”

28.02.2024

Durante el siglo XX, particularmente después del extrañamente "renovador y aperturista" Vaticano II, un sinnúmero de ideas progresistas, modernistas y seculares, han sido introducidas, por heterodoxas que sean, en las estructuras de lo que se conoció como iglesia postconciliar a finales de los sesenta y principios de los setenta.

Una de esas ideas, de cuño protestante, ha sido la vieja ocurrencia de elevar a la mujer a la condición de sacerdotisa.

El Concilio pastoral del que hablábamos, queriéndose conciliar con las sociedades del mundo moderno, catapultó a los laicos para una mayor participación dentro de la Iglesia, acercándolo notablemente al Sacerdote, a quien por la imposición del "Novus Ordo", le cambiaron el nombre de su ministerio por el de "presidente de la asamblea". Con estos cambios litúrgicos de la Nueva Misa, el varón laico se convirtió más que en un acólito; en un asistente directo del Sacerdote durante la celebración.

Tan pronto como las reformas litúrgicas postconciliares se aplicaron con la Nueva Misa (1969, fueron apareciendo, también en el altar, las monaguillas, las lectores, las cantoras, las ministras de la Eucaristía, y en algunas iglesias cristianas, hasta las diáconas o sacerdotisas. Contra lo que la Iglesia establecía acerca de que las mujeres no subieran al altar, desde hace décadas, las mujeres de cualquier edad, atravesaron de par en par el lugar sagrado. Y decimos sagrado porque está reservado para el más excelente de los Sacramentos: la sagrada Eucaristía; lugar heredado exclusivamente para los Ministros de Cristo, tal como la Iglesia lo ha sostenido por 2000 años.

Ciertamente, algunas católicas de buena fe, creen que su participación activa en ciertos actos durante o fuera de la Misa es una labor de "apostolado" necesaria, pero en realidad, la Iglesia (Madre y Maestra), siempre la consideró propia de los varones. No es discriminación a la mujer; son reglas que, como cualquier institución, la Iglesia tiene el derecho de establecer por sabias razones.

Lamentablemente, estas irregularidades, llamadas dolosamente como "reformas", y que nacieron al calor de la iglesia postconciliar, han sido promovidas por ella y actualmente, de manera abierta, por las altas autoridades.

Para nadie es novedad que el presente papado ha negociado no pocas verdades, costumbres y posiciones veinte veces seculares de la doctrina católica, con los políticos y financieros más poderosos del mundo, que conocemos como la élite global. Y así, han abrazado como propias, ideologías contra las cuales lucharon denodadamente más de 260 Papas e infinidad de Obispos, Sacerdotes y piadosos seglares.

En recientes declaraciones, el Papa Francisco empodera aún más a las mujeres, para subir más peldaños en un ministerio religioso que no le corresponde. Y no le corresponde, simple y sencillamente porque el Dios hecho Hombre, Nuestro Señor Jesucristo, escogió, nombró, delegó y ordenó que repitieran lo que Él enseño y obró, sólo a los varones, y no a las mujeres. Sin embargo, en este mundo tan confundido, debemos recordar que los Sacerdotes no son producto de una elección profesional o de designación laboral o democrática, sino de una elección divina, inescrutable, hecha desde y para la eternidad.

Si la máxima autoridad reconoce que el papel de la mujer es central pero que "no debe reducirse a una mera "ministerialidad", no sólo le está abriendo la puerta a esta corriente anticatólica, protestante y practicada por sectas gnóstgicas, sino que le está dando todo su aval para que, próximamente, él o su sucesor, o más inmediatamente, cualquier sínodo -con su flamante poder de "sinodalidad"-, determine ¡inaudito!, lo contrario a lo que Nuestro Señor Jesucristo determinó.

La Santísima Virgen, siendo Reina de cielos y tierra, nunca fue nombrada ni sacerdotisa ni papisa. Su Hijo divino le confirió una dignidad aún más grande: ser también nuestra Madre e Intercesora.