¿QUÉ HACER ANTE LA REALIDAD?

¿QUÉ HACER ANTE LA REALIDAD?

Este 2024 viene dramático, pues tal parece, que todas las calamidades del mundo recaerán sobre él, este fatídico año. Pero no por un proceso espontáneo, éste sí es hecho y planeado por el hombre. La aceleración de la Agenda 2030, adelanta los planes de los poderosos y el mundo sufre anticipadamente la locura de la ambición de los que tienen el poder.

Ante esta agresión, recordamos que el hombre no se manda solo; para convivir con sus iguales es necesario que respeten las reglas impuestas por Dios desde lo alto.

No es la voluntad de los poderosos la que prevalecerá, sino la voluntad y la providencia divina.

Mira que fácil si el hombre hace lo que quiere. Dios ha pintado con su Decálogo las 10 líneas rojas para vivir y bien morir.

El hartazgo divino empieza a manifestarse y le basta dar las órdenes pertinentes a su criatura que contiene a la humanidad, o sea, el mundo y éste obediente empieza a remolinarse en sí mismo, produciendo las catástrofes-castigos, que su Voluntad crea necesarias para eliminar los planes de los poderosos para que entren al redil o se queden fuera.

Con Dios no se juega y menos el jueguito de convertir a la criatura en Dios; eso es lo que le repugna y no de ahora, sino desde siempre. Ya nos expulsó del paraíso, eliminó a Sodoma y Gomorra, envió el diluvio, asesoró ejércitos y ha recurrido a hijos predilectos para que hagan su voluntad. Estos grandes hombres han surgido a través de las páginas de la historia para "desfacer agravios y enderezar entuertos" y recordar a la familia humana quién es el que manda.

El hombre ha regado la historia con la sangre de Caín y volteado a ver y hacerse aliado con el enemigo, el misterio de iniquidad que sigue vigente, esperando donde hay un tropiezo para enfrentar a la criatura contra Dios.

Ante esta realidad hay que adorar al Supremo Amor. Hacerle caso y estar a sus órdenes para combatir a sus enemigos.

"Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades", como también decía Don Quijote.


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