TIANZHYU JIAO

TIANZHYU JIAO
La Religión del Señor del Cielo

Por J. C. M.

Mateo Ricci, un misionero jesuita, matemático y cartógrafo italiano, entró en China en 1582 bajo el gobierno de la dinastía Ming. Sembró la semilla de la fe, protegido por las matemáticas y la cartografía.

Desde entonces se calcula que una minoría de 10 millones practican la religión Católica en china. De éstos, el 60% pertenecen a la "Iglesia oficial" (controlada por la Asociación Patriótica de los católicos chinos) y el 40% formarán parte de la "Iglesia clandestina", fiel al Vaticano y al Papa.

Esta división tiene su origen en la China de Mao Tse Tung (1951), quien expulsó a los misioneros extranjeros por considerarlos agentes del imperialismo occidental. Los fieles que no se sometieron a la injerencia del Partido Comunista Chino, conservaron su fidelidad al Papa desde la clandestinidad. Éstos han sufrido desde entonces la persecución, la calumnia y la muerte.

Por su parte, la "Iglesia oficial" expresa su lealtad al Partido Comunista y confirman su fe: "Seguiremos el camino de adaptación a la sociedad socialista".

Con el tiempo, al abrir China sus mercados y sus fronteras, para negociar con el mundo, los chinos se dieron cuenta del enorme prestigio que tenía la Iglesia Católica en el mundo occidental y le bajaron dos rayitas a su violencia contra los católicos en la clandestinidad, provocando que ambas autoridades se sentaran a la mesa a negociar. El asunto era muy complejo: por un lado, el Vaticano mantenía relaciones diplomáticas con Taiwán, al que los comunistas consideraban parte de la China continental, por lo que rompían con todos aquellos países que daban su reconocimiento a la China nacionalista (Taiwan). Además, estaba el asunto de que a quién correspondía la potestad de nombrar a los Obispos.

Para dirimir estas cuestiones religiosas, en septiembre de 2018 se firmó un acuerdo entre el Gobierno Chino y el Vaticano, tratando de zanjar esta cuestión. Llegaron al acuerdo de que el Vaticano reconozca a 7 Obispos nombrados por Pekín y que China acepte que el Papa tenga poder sobre 79 Obispos "oficiales", y así ellos puedan ejercer en plena comunión con el Papa.

Así las cosas, el Obispo Emérito de Hong Kong, el Cardenal Joseph Zen, pegó el grito en el cielo y denunció que: "No te puedes comprometer con el Partido Comunista Chino porque son perseguidores de la fe. Ellos quieren la rendición total" y pronosticó el fin de la Iglesia clandestina china. Denunció también la demolición de templos, con el pretexto de la modernidad, el retiro de la cruz, la vigilancia constante y la calumnia, la presión a los Sacerdotes para que se unan a la Iglesia operada por el Estado, y a los que se resistan, los ponen bajo arresto y les suspenden los servicios públicos. "Serán presionados hasta que colapsen, enloquezcan o incluso se suiciden", como dice el Partido (antiguo método para "reeducar" a los disidentes en tiempos de Mao Tse Tung).

A la pregunta de ¿cómo se puede ayudar?, el Obispo Zen responde: "No se puede hacer nada. Volvamos a las catacumbas".

Ante este panorama de persecución, al Partido Comunista Chino sólo se le puede vencer haciendo caso omiso a sus producatos y toda su sarta de baratijas que envían a occidente para financiar la persecución de la Iglesia Católica en China.

El único que parece tener conciencia del problema es el "pobre pangolín", que ha puesto a temblar la economía del gigante asiático con la trasmisión del COVID-19.

No consumamos productos chinos para evitar ser cómplices de la persecución por parte de gobierno chino a nuestros hermanos católicos. Unamos nuestro rechazo a esta violencia y oremos por los que sufren la brutal persecución en China.